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un estudio sobre adán coprovich

carnal

No tengo conocimiento de que Coprovich haya defendido nunca algún tipo de razón teleológica con un solo “fin final, definitivo”. La historia de la filosofía es la historia de la razón insatisfecha. En su ética eudamonista no hay descanso. La ciencia no hace más que abrir nuevos caminos de ciencia. Tampoco la evolución o progreso histórico de la Humanidad tiene nada que ver con aquella razón hercúlea de Hegel, que se va autoexplicitando paulatinamente a través de su antítesis. Al contrario, la evolución de la Humanidad es la concreción de su propia corporeidad, es decir, de su adaptación y poder sobre la realidad; y no tiene fin.
Coprovich siempre toma el punto de vista de la “continuidad”. Para él ni siquiera la muerte es una conclusión. De hecho, sobre todo la muerte es ejemplo de continuidad (1). En realidad no es que niegue con rotundidad (2) cualquier opinión que asegure un fin a la evolución humana o un objetivo excelso del pensamiento. Pero ésta será siempre una opinión, no una sentencia, y por lo tanto encontraremos siempre un punto de vista diferente. Todo es en parte verdad. Por lo que todo es en parte mentira. Si no podemos estar seguros de nuestra percepción de la realidad (3), ¿cómo podemos estar seguros de nada? Esa misma multiplicación de los puntos de vista es en sí misma un ejemplo de la eternidad, y lo único verificable parece ser la “eternidad de la búsqueda”. Vivimos en el mundo de la opinión (doxa), libertad y tragedia del ser humano (4). El hombre es producto de sí mismo y hace su propia verdad, del mismo modo que dota de verdad semántica al mundo: partiendo del cuerpo para transcenderlo hasta lo no-corpóreo.
En un primer estadio, hablar de “realidad” es atestiguar que “hay cosas”, cuerpos con presencia y con presente. La realidad humana no escapa a esta categorización. Sin embargo, aun siendo primariamente extensión y acontecimiento temporal (en una palabra, cuerpo), el ser del hombre es ontológicamente algo más y, por ello mismo, algo sustancialmente distinto de los otros cuerpos. Bien es cierto que mi verdad es mi vivir, o sea, mi estar ahí fuera en el mundo, pero el hombre no se estaciona ni se instala en un horizonte prediseñado del mundo.
La vida es un regalo, pero también un problema. De ahí que el aspecto definitorio, exclusivo y excluyente del estar propiamente humano es la intencionalidad; y apuntando a la ética, la voluntad o la libertad. El hombre es el cuerpo que está donde está, no porque sí, como los animales, sino porque se ha trans-portado. Parafraseando a Ortega podríamos decir que dondequiera que se encuentre el cuerpo de un hombre, su presencia podrá ser grata, pero nunca “gratuita”, algo que pasa sin más o que me pasa, un hecho “impersonal” por el que no cabe pedir cuentas a nadie. Sólo se encuentra lo que se busca, apuntaló Vico, y Coprovich retuerce: uno está allí donde se busca, cada cual está allí donde se ha buscado.
Y algo más tiene Vico que decir al respecto. Renegar de mi “aquí” es negar mi factum, o sea, traicionar mi verum, y por lo tanto atentar contra mi ser más profundo: verum ipsum factum. Yo soy mi vida, yo soy lo que hago, yo soy lo que me hago. Este es el lema que Coprovich pintó una vez en la pared de su dormitorio.
Por supuesto, no podía menos que aplicar ese lema a su sentido de poesía. Para él es innegable que la poesía (como decimos, todo lo humano) parte de la materia. Como proceso primitivo de conocimiento que es, lo primero a lo que apunta es a la carnalidad. Pero su destino es superarse. La poesía que se estaciona en la pequeña órbita de lo sensual, de lo doméstico, que no se dispara hacia lo desconocido, es una poesía contingente que no hermana con la poética liberadora de la contingencia, el marco del símbolo libérrimo. Si no busca Algo absoluto será absolutamente Nada (5). Coprovich sentía aberración por los poetas “reductores”: la carne es expresión de la existencia, pero ¿por qué ensañarse en rimar con la carnaza? Le causaba pavor pensar que entre unos y otros estemos reduciendo la cartografía de la existencia humana. Apostaba por la sugerencia wittgensteiniana y gustaba de aquellas poesías que no están hechas desde lo sabido, sino que se hacen para saber, como reconoce Juan Gelmán: siempre estamos escribiendo para enterarnos de lo que queremos decir (6).
Ahora bien, el contenido, fin u objetivo de la búsqueda es propiedad de cada uno. A veces ni se sabe qué se busca. Es lo menos importante, y Coprovich nunca ha hecho dictamen sobre ello. En realidad su poesía parece retrotraerse y dejar que sea el lector quien dé sus propios pasos, es decir, aplique sus propios fines a esa búsqueda. Una poesía que sea linterna, pero no faro. Fanal, pero no final. Una poesía que recuerda a la noción heideggeriana de Lichtung (7), que algunos han traducido también por “claro luminoso”. El Lichtung no es tanto un lugar luminoso como un lugar que ha sido aclarado, despejado, abierto a la luz. Para Heidegger, esta noción alude a la relación que se da entre el Ser y el Dasein. O también, como aparece en los escritos de Heidegger sobre Hölderlin, la fisis, la naturaleza fundante, en su capacidad de esconder y hacer manifestar las cosas, en su dimensión sagrada que revela las cosas y las hace aparecer mientras ella misma se retrae.
Una poesía, por lo tanto, que sea nexo entre la carne y lo sagrado, demiurgo, conducto, mensajera entre mundos de conocimiento, entre esferas de realidad. Aquí está Hermes, y por lo tanto lo hermético... Pero no lleguemos aún ahí, ya veremos el despliegue de la noción coprovichiana de “hermetismo” y “veladura”. Dejemos sólo un señuelo con estas bellas palabras de Kavafis:

Trata de asirlas, poeta,
aunque no consigas retenerlas,
esas visiones eróticas.
Sitúalas, veladas, en tus versos.

(1) En Coprovich es constante la insistencia en “soluciones” para el tema de la muerte. Forma parte de su amor y aprehensión a la vida, así como una de sus “obligatoriedades” poéticas. Algunas de estas soluciones, por ejemplo, pasan por acentuar el aspecto científico (en la Naturaleza nada se destruye), por un sentido paradojal (de Zenón) del tiempo, por la permanencia en el mundus imaginalis, o por entender la muerte como Nada (una nada que tampoco es muerte, porque puede ser terreno seminal).
(2) Con sorna Coprovich insiste en que el mismo vocablo “rotundo” viene de “rueda” en latín, de donde también viene “redondo”. Así, hablar rotundamente no sería más que dar vueltas alrededor de algo.
(3) Véase el teorema de Göbel o el “principio de incertidumbre”.
(4) Fíjese en que el sentido de “continuidad” de Coprovich no es siempre “optimista”. Puede serlo con la muerte, pero en el área de la Historia, por ejemplo, puede producir vértigo o angustia ese “navegar velívolo a la deriva sobre una evolución sin objetivos”. Más adelante retomaremos el concepto de angustia, del que Kierkegaard decía que era la conciencia de la posibilidad.
(5) Op. cit. “La literatura es un museo de cera”.
(6) Entrevista a Juan Gelmán, Litoral. Revista de la Poesía, el Arte y el Pensamiento nº243.
(7) María Zambrano en su libro Claros del bosque, alude también a que del claro se traen palabras previas al lenguaje, palabra perdida que se ha recogido más en la poesía y la música que en el pensamiento. En Zambrano como en Heidegger, el pensamiento primordial es más asequible a la poesía que a la filosofía, está más cerca del lenguaje melódico de la poesía que del lenguaje árido y seco del concepto. Sin embargo, al contrario que Zambrano, Coprovich pensará que es la poesía la que nace de la violencia, y no la filosofía; y que es posible el poeta-filósofo.

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